miércoles, 5 de octubre de 2011

Una Aproximación al Perú Colonial (Siglos XVI y XVII) (I)

En la última edición de la feria del libro adquirí varios tomos de la colección Historia del Perú, editada por El Comercio en 2010 y he aprovechado estos últimos días para leer el referente al periodo colonial durante los Habsburgo, comprendido entre los siglos XVI y XVI, cuya autora es Marina Zuloaga, historiadora española que actualmente viene enseñando en el posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales en la Universidad de San Marcos.

El texto en mención es un trabajo de síntesis que abarca la etapa comprendida entre los años 1570 y 1700. El desarrollo temático no parte desde el establecimiento del virreinato del Perú, sino más bien desde el gobierno del sexto virrey, Francisco de Toledo, considerado por la historiografía como el organizador del modelo de gobierno colonial que se mantuvo vigente hasta el advenimiento de los Borbones en el siglo XVIII. Aprovechando las vacaciones, he elaborado un pequeño artículo para comunicar algunas de sus ideas principales.

El sistema colonial maduro

Durante su mandato el virrey Toledo implantó, por consigna de la Corona, un sistema que tenía como objetivo maximizar los ingresos que el Perú proporcionaba a España para mantener su posición hegemónica. Esto lo realizó haciendo primar la razón de Estado por encima de cualquier consideración ética. Este sistema es denominado por la autora el sistema colonial maduro.

Las reformas emprendidas por Toledo no partieron de la nada. Ellas estuvieron precedidas de toda una etapa de recopilación de información sobre demografía, geografía, política, religión y cultura nativas, obtenida por los funcionarios estatales, quienes la remitieron al Consejo de Indias para redefinir las políticas de gobierno. Los conocimientos adquiridos permitieron que la Junta Magna de 1568, una reunión de notables convocada por Felipe II, redefiniera el coloniaje.

El sistema maduro que nacería a partir de ésta época requeriría de una burocracia leal a los intereses de la Corona, así que, para poder solventarla, era necesario también incrementar los fondos que se obtuviera de las colonias.

La economía

Es por lo mencionado anteriormente que la economía virreinal, siguiendo la doctrina mercantilista, se caracterizó por el interés en una mayor acumulación de metales preciosos a través de la minería y en conservar una balanza comercial en la que las exportaciones desde la metrópoli fueran superiores a las importaciones.

La minería fue la principal actividad económica de la etapa colonial y fue en torno a ella que giraron las demás labores productivas. Destacó especialmente la extracción de plata de las minas de Potosí y de mercurio, también llamado azogue, de las minas de Santa Bárbara, en Huancavelica. La minería, aunque más que nada fue una actividad privada, contó con subsidios clave proporcionados por el Estado tales como la provisión de mano de obra forzada indígena a través de la mita (dispuesta por Toledo) y el suministro de mercurio para el procedimiento de la amalgama.

La minería hizo posible el envío de remesas a la Corona, por medio del impuesto del quinto real, pero también favoreció el comercio de bienes de lujo con España, al menos durante el siglo XVI, en el que se estableció el sistema de flotas, que consistía en el envío desde la península de dos flotas anuales colmadas de mercancías que llegaban a América y regresaban a su punto de origen con una preciada carga de metales preciosos. Las autoridades metropolitanas buscaron evitar la competencia de la producción local y por ese motivo tuvieron una política económica proteccionista.

Otra actividad importante fue la agricultura, practicada principalmente en las haciendas. Éstas pudieron extenderse gracias a las llamadas composiciones de tierras, con las que se formalizó –a cambio del pago de un derecho a la Corona-la propiedad de tierras que eran poseídas en la práctica por los hacendados. Muchas de estas tierras habían quedado desocupadas gracias a las reducciones, de las que hablaré más adelante.

En cuanto a la mano de obra, las haciendas de la costa dispusieron principalmente de población negra en condición de esclavitud, mientras que las de la serranía hicieron uso de población nativa a la que ofrecían tierras para su subsistencia a cambio de trabajo. Muchos de estos indios terminaban incorporándose permanentemente a las haciendas como yanaconas dado que era una manera de eludir el pago del tributo y trabajos forzados tales como la mita, obligaciones que tenían que cumplir como integrantes de los pueblos de indios aparecidos durante el régimen de Toledo.

Cabe aclarar que la mano de obra indígena no solamente fue forzada, sino que también hubo trabajo voluntario, asociado a la necesidad de los indios de obtener el dinero necesario para pagar el tributo, que fue monetizado durante el virreinato de Toledo con la intención de hacer posible la presencia de mano de obra nativa en los diversos sectores de la economía mercantil; aunque esto no significaba que los indios pudieran, en teoría, separarse de sus respectivas poblaciones.

Las reducciones y la población indígena:

El sistema toledano contempló principalmente la concentración de la población indígena en las llamadas reducciones, establecidas con diversos fines, entre ellos la “civilización” y evangelización de los naturales, una más eficiente recaudación tributaria y –sobre todo- la disposición de su fuerza laboral para trabajos forzados tales como la mita minera potosina y huancavelicana.

Estos pueblos indígenas siguieron el modelo occidental, procurándose en su formación que en cada uno fueran agrupados ayllus con elementos comunes entre sí. Además, debían establecerse en tierras fértiles, con fuentes de agua cercanas, pastos para la ganadería y también lejos de sus antiguos lugares de culto prehispánicos, para favorecer la labor evangelizadora. Relacionado esto último está el hecho que las reducciones eran encomendadas a un santo patrón con el que los lugareños se identificaran.

En cuanto a sus autoridades, tuvieron como instituciones destacadas a los cabildos y a los gobernadores de indios. Mientras que los cabildos cumplían el rol de velar por el orden y el ornato local, los gobernadores debían organizar los turnos de la mita y recaudar el tributo. Estos cargos fueron detentados por la nobleza nativa, pues el sistema toledano también contemplaba la incorporación de las autoridades autóctonas en la estructura de poder colonial para que hicieran de intermediarios de los corregidores y demás jerarquía.

Lo señalado líneas arriba nos lleva a decir que los indios no eran iguales ni política ni socialmente. Puede distinguirse entre ellos dos grupos: los indios nobles y los llamados “indios del común”. En cuanto a los primeros, ya se señaló que podían acceder a cargos públicos importantes dentro de sus pueblos, pero además, solo ellos podían vestir a la usanza española. Su condición también los exoneraba del pago del tributo y de servicios personales como la mita y les concedía el derecho a la propiedad privada, lo que les permitió dedicarse a actividades económicas como la agricultura y el comercio. Los “indios del común”, por el contrario, sí estaban obligados a tributar y a cumplir periódicamente con los trabajos comunales y la mita colonial, en sus distintas variantes.

La situación de la nobleza indígena frente a los tributarios era paradójica, debido a que los primeros eran vistos por los segundos como sus jerarcas tradicionales y –a la vez-como parte de la estructura de poder colonial que los oprimía.